Reseña del libro: Como nuestro Padre

¿Cuál fue la primera palabra que balbuceó tu bebé? Todo padre espera con emoción escuchar las primeras palabras de sus hijos. Con mis dos hijos varones pensé que sería «mamá» y «papá»; sin embargo, la primera palabra del mayor nos tomó de sorpresa cuando apuntó a un reloj y dijo: «reloj». La primera palabra del menor, que es hoy el atleta de la familia, fue «pelota».

Aunque mis niños no dijeron «mamá» y «papá» enseguida, lo hicieron pronto. Es un momento tierno y dulce escuchar a tu hijo llamarte por tu nombre y que te identifiquen como su padre o madre, que le den voz al hecho de que son tuyos y tú eres suyos. No hay nada como escuchar que tu hijo te llama por nombre. 

Como creyentes llamamos Padre a Dios. Al igual que nuestros hijos nos llaman cuando necesitan ayuda, nosotros clamamos a nuestro Padre para que nos rescate de las tribulaciones. Entonces, ¿cuántas veces nos detenemos para considerar el significado de la paternidad de Dios? ¿Por qué es nuestro Padre? ¿Cómo ejerce Su rol de padre para nosotras?

Más que una simple metáfora

La Biblia usa muchas imágenes y metáforas para describir a Dios y Su interacción con Su pueblo. A menudo estas metáforas usan roles, artículos o experiencias diarias que nos ayudan a entender algo acerca del carácter de Dios. En Isaías 5, Dios se compara a Sí mismo con un labrador que cuida de su viña (v. 5). Sabemos que Dios no es un labrador, pero comprendemos el trabajo de un labrador y lo podemos comparar con lo que Dios hace en nuestra vida. En Isaías 64:8, Dios se describe como «el alfarero» y a nosotros como Su «barro». Esta es otra metáfora que podemos entender; el alfarero le da forma al barro para lograr su propósito, igual que Dios le da forma a nuestra vida según Su voluntad.

Una metáfora común para Dios es la de Padre. La encontramos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Sin embargo, cuando la Biblia usa la palabra «Padre» para referirse a Dios, ¿solo es una metáfora? ¿Usa la Biblia solo para ayudarnos a comprender algo acerca de Dios debido a que todos tenemos padres y sabemos el rol que estos representan en nuestra vida? ¿O es la paternidad de Dios más que una simple metáfora? 

El profesor de seminario D. Blair Smith sugiere que «Padre» es más que una metáfora, es el nombre de Dios: «La Escritura nos ofrece una serie de símiles y metáforas para pensar en los atributos de Dios, pero debemos reconocer que hablan de manera clara y directa de Dios como Padre. Además, la Escritura revela que se trata de un nombre propio». Este nombre, Padre, es más que una simple imagen o comparación para ayudarnos a comprender algo acerca de Dios. Es lo que Dios es para nosotros. Indica que hay una relación. 

Mis hijos me llaman mamá, y le llaman papá a mi esposo, pues somos sus padres y ellos nuestros hijos. Hay una relación íntima que existe entre nosotros. De modo que solo ellos nos pueden llamar por esos nombres. Aun cuando tengo una relación con los hijos de otros amigos, no me llaman mamá. Lo mismo sucede con Dios. No todos le pueden llamar Padre. Solo los hijos de Dios tienen ese privilegio. La Biblia nos enseña que «llegamos a ser» hijos de Dios: «Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios» (Jn. 1:12). Es preciso que algo suceda para llegar a ser hijos de Dios. Ese algo comienza con la salvación, pero no termina allí.

De la justificación a la adopción

Cuando consideramos nuestra salvación, a menudo nos enfocamos en la justificación; y con razón, pues es lo que nos provee la debida relación con Dios. En nuestro pecado, no podemos entrar en la presencia de Dios. Él es santo y nosotras no. Sin embargo, somos justificadas por la fe en Cristo; por lo que Él hizo para nosotras tanto a través de Su vida como a través de Su muerte expiatoria. Dios nos mira como si nunca hubiéramos pecado; acepta el pago de Cristo por nosotras. Al mismo tiempo, se nos imputa la vida perfecta de Cristo y se nos ponen Sus vestiduras de justicia. Ahora estamos unidas a Cristo. Todo lo que Él es y todo lo que ha hecho es nuestro ahora. Esta es la buena nueva del evangelio. Aun así, no es el fin de nuestra salvación.

Cristo hizo más que salvarnos de la condena de nuestro pecado. En el momento de la salvación, somos adoptadas a la familia de Dios y nos convertimos en Sus hijas. Ahora Cristo es nuestro hermano mayor, y todos los hijos de Dios son nuestros hermanos y hermanas. Es más, este fue el plan de Dios desde la eternidad: «Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que vivamos en santidad y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad» (Ef. 1:4-5, NVI). 

Nuestra salvación nos ha dado una relación con Dios. A través de nuestra unión con Cristo, el Hijo, ahora Dios es nuestro Padre. El profesor D. Blair Smith explica que a causa de esta «adopción por gracia, compartimos una relación eterna y gloriosa. Ser cristianos, entonces, significa tener una relación de Padre-Hijo».

Cuando la gente habla de lo que significa ser cristiano, a veces se refiere a ser salvos del castigo eterno por el pecado. Y lo es. En cambio, también es mucho más que eso. Ser cristiano significa ser hijos e hijas de Dios. Tiene que ver con una relación. Una relación familiar nacida del amor. 

Un Padre perfecto

Mientras lees y piensas acerca de lo que significa que Dios es tu Padre, haz un alto para comparar la paternidad de Dios y la paternidad humana. Sin duda, nuestras experiencias con nuestros padres terrenales tienen un impacto sobre cómo vemos a nuestro Padre celestial. Si bien algunas de nosotras tuvimos padres que nos amaron y quisieron, quizá otros no. 

Cualquiera que sea nuestra experiencia, positiva o negativa, necesitamos recordar que Dios es un Padre perfecto. Él está muy por encima de cualquier padre terrenal. Nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron en su naturaleza caída, pero nuestro Padre en los cielos solo hace lo bueno, justo y verdadero. Su amor por nosotras es incondicional, y nada nos puede separar de Él. Quizá nos discipline cuando nos haga falta, pero nunca nos castiga, pues Cristo llevó nuestro castigo en la cruz. Él es el maestro perfecto, la fuente y el manantial de toda sabiduría. Nuestro Padre celestial es todo lo que nuestros padres terrenales no pudieron ser. Es más, cada vez que nos sintamos inseguros de cómo debe ser un padre, podemos mirar a la relación entre Dios Padre y su Hijo, Jesucristo, la relación suprema entre Padre e Hijo.

La imagen de nuestro Padre para nuestros hijos

Nuestra identidad como cristianas está fundamentalmente ligada a quiénes somos como hijas

de Dios, hechas a Su imagen y semejanza. Al igual que mis hijos son parte irrevocable de la familia Fox, somos por siempre parte de la familia de Dios. Le pertenecemos a Dios y Él a nosotras.

Cuando entendemos bien esta maravillosa verdad, esto nos ayuda a comenzar a pensar en cómo Dios trata con nosotras como padre. Somos imagen de Dios al reflejar Su carácter, Sus obras y Sus caminos. Aunque reflejamos a Dios de muchas maneras en nuestra vida y en diversas circunstancias como nuestro trabajo, nuestra creatividad y nuestro amor los unos por los otros, una de las formas de proyectar Su imagen es en la crianza de nuestros hijos. Cuando criamos a nuestros hijos como lo hace Dios con nosotras, nos relacionamos con ellos como Dios se relaciona con nosotras. Les mostramos quién es Él; los dirigimos hacia Su propio Padre en los cielos. 

Dar a conocer a Dios a nuestros hijos es un privilegio importante. Para hacerlo, debemos considerar todas las formas en que Dios es nuestro Padre:

Dios es coherente

Dios proporciona límites

Dios nos enseña y nos instruye

Dios nos disciplina

Dios nos da lo que necesitamos

Dios es paciente con Sus hijos

Dios ama a Sus hijos

Espero que esto te ayude a maravillarte aún más de cómo Dios es tu Padre. Y, a su vez, que te abra los ojos a formas de reflejar lo que Dios hace por ti en lo que tú haces por tus propios hijos.

La oración de una madre

Abba, Padre, ¡qué privilegio es llamarte Padre! Vengo ante Ti agradecida por adoptarme como Tu hija. Te doy gracias por el sacrificio de Tu Hijo para traerme a Tu familia. Te pido que Tu Espíritu me recuerde y me confirme mi condición de hija. Ayúdame a no olvidar nunca lo que significa que soy Tu hija y Tú eres mi Padre. Abre mis ojos para que vea todas las maneras en las que me cuidas con ternura. Y ayúdame a reflejarles a mis hijos Tu imagen. En el nombre de Jesús, amén.

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Sobre el autor

Christina Fox

Christina Fox

Christina recibió su título de licenciatura del Covenant College y de maestría en consejería, de la Universidad Atlantic de Palm Beach.  Escribe para varios ministerios y publicaciones incluyendo Desiring God y Gospel Coalition.  Es la editora de un blog de … leer más …


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